Había una vez, en un cruce de caminos, un pino centenario de alta copa y grandes y frondosas ramas. Los caminantes que pasaban por el lugar solían pararse a descansar bajo sus ramas, sobre todo cuando hacía calor, buscando el fresco en la enorme sombra que proporcionaba.
A su lado había nacido un almendro, que pronto empezaría a dar sus primeros frutos. Durante el verano creció mucho, sus ramas se hicieron grandes y su copa bastante alta.
Pronto llegó el otoño, y muchos árboles perdieron sus hojas, entre ellos el almendro.
-¡Mira cómo te estás quedando! – Le dijo el pino al almendro con aire altivo y lleno de orgullo- Has perdido tus hojas verdes y solo te quedan cuatro ramillas que casi no las veo desde mi altura. Estás desnudo y feo. Yo en cambio, conservo mis hojas verdes desde que nací, hace ya muchos, muchos años.
El pequeño almendro se sintió herido por tan despectivas palabras, pero no osó contestar al gigante que tenía por vecino.
Pasó el otoño, y al final del invierno dejó de helar. Los días poco apoco se hicieron más cálidos y el sol lució con más intensidad, y los árboles comenzaron un nuevo ciclo. En los campos, brotaron las primeras flores anunciando la cercana primavera.
-¡Ay, que invierno más frío he pasado! ¡Tengo mis ramas ateridas del frío y la humedad! El viento me ha azotado sin piedad y la nieve se posaba en mis ramas una y otra vez. ¡Creo que tengo varias ramas rotas!
El pino intentó mover y extender sus ramas, pero le crujieron desgarradoramente, y volvió a inclinarlas hacia abajo, con desaliento.
-¡Eh! ¿Qué es eso?- Preguntó el pino sorprendido mirando hacia abajo, donde sólo unos meses antes había visto un almendro pequeño y desnudo.
El árbol ahora lucía una silueta exuberante; aunque seguía siendo pequeño, junto al pino, ahora estaba cubierto de un manto de flores blancas y rosadas, y se divisaba desde varios kilómetros.
-¡Si es mi vecino el almendro! ¿Quién te ha puesto ese vestido tan vello?- le preguntó el pino.
-Me lo ha puesto la luna con sus rayos de plata, y el sol me dejó sus destellos dorados. La madrugada me dejó miles de gotas de rocío. El viento me trajo de la sierra, aromas de jara tomillo y romero. Ahora miles de insectos vienen a libar el néctar de mis flores. Pronto la primavera me traerá un manto de hojas verdes y mis frutos crecerán llenos de vitalidad y dulzura, y cuando estén maduros, deleitarán a los más finos paladares...
El pino lo escuchaba atentamente, desde su altura.
.-Ya ves que ha pasado mi desnudez, y los pajarillos se posan en mis ramas, y me alegran el día con sus trinos melodiosos. ¡Me siento tan feliz, resguardado por tu enorme silueta! Me has quitado mucho frío, y el viento casi no me ha rozado. Y por eso te doy las gracias- Le contestó el almendro con gran sencillez, a pesar de su belleza resplandeciente.
El pino avergonzado, recordó el comentario despectivo que le hiciera tiempo atrás, y se sintió orgulloso de tan pequeño, vello- y durante meses inadvertido- vecino.
En el cruce de caminos, los caminantes seguían parándose a descansar, y admiraban al pino centenario y siempre verde, y al pequeño almendro. Cada uno brindaba al viajero lo mejor de sí mismo, sombra y frescura, y belleza y suaves aromas.
Mis relatos medievales, leyenda y realidad.
Desde los picos calizos de la Subbética, a la fértil ribera del Guadalquivir, hay todo un mundo de leyendas, historias y recuerdos. Vivencias medievales, caballeros de capa y espada, bellas princesas y palacios encantados, mitad verdad, mitad fantasía. Yo te los iré contando, poco a poco, paso paso, como nació la cultura de ésta ciudad que fué y sigue siendo multicultural. Pronto tambien los podrás leer en italiano.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario